Tú, el maestro de la elocuencia,
te asomas con pamplinas
poéticas,
entras de puntillas en sus
mentes,
te cuelas sin anunciarte,
y con prosa les abres el
corazón.
Las cubres con bellas
palabras,
son caricias sobre sus pieles
sedientas.
Letra a letra, invades sus
cuerpos.
Por todos sus poros
penetras suave,
alterando así su cordura.
Sin ellas pretender o darse
cuenta,
las llevas al borde de la
locura,
envenenando las cada vez más.
Tus frases son música hipnótica,
que se hacen necesarias y
adictivas.
Con inspirada lengua de
Madrigal,
las sometes hasta llegar su
muerte,
así obteniendo, tu resurrección.
Carmen.M.G